UNA CARCEL CON REJAS DE ALAMBRE
Pasé mis primeras 4 horas en Aiquile, un hermoso paisaje abrazado por cordilleras que le brindan un clima benigno. Una pequeña ciudad que emergió de los escombros después del terremoto de 1998; hoy hay viviendas a imagen y semejanza de modelos europeos, gracias a esos migrantes que volvieron a su tierra natal.
Después de degustar un rico plato tradicional, el Uchucu, mi estomago me invitó a caminar para poder digerir aquel manjar cargado de variedad de carnes. De repente saltó a mi vista un galpón construido con calaminas de fibrocemento, aquel espacio era cercado con alambre de púas aseguradas en troncos chuecos, y una puerta improvisada fabricada con la plancha que en algún momento fue un barril. En una de esas paredes, a través de una vieja cartulina rota y letras casi borrosas se anunciaba, “cárcel de San Sebastian”. Si, era el principal recinto penitenciario de Aiquile.
Empujado por la curiosidad me acerque a la puerta y golpee. De pronto de uno de los galpones emergió un hombre de mediana estatura, de mirada penetrante, de tez colorada y cuerpo robusto, extrañado me dijo.
- ¿Quien? Después de acercarse lentamente estrechamos las manos a través de los alambres.
- Soy periodista de La Paz. Respondí e inmediatamente le pregunte
- ¿Esto es la cárcel?
- Si. Esa rotunda respuesta me alarmó más, cuando quise saber si estaba conversando con un reo.
Me dijo que era el Alcaide, Mariscal Camacho, entonces me pregunte a mí mismo, ¿Qué hacia este tipo detrás de las rejas, perdón, detrás de los alambres?
Bueno. La cosa es así. Un 22 de mayo de 1998, este pintoresco pueblo del sur del departamento de Cochabamba, fue atormentado por la desgracia de ser el epicentro de un terremoto de 6,8 grados Richter, fue el movimiento telúrico más destructivo en la historia de Bolivia, las viviendas quedaron en escombros. Al igual que la cárcel de san Sebastian.
Han pasado 13 años y aquel recinto penitenciario quedó casi tal cual, destruido, en el olvido y los reos se habían dado a la fuga ante semejante situación.
Cuando le pregunte al alcaide.
- ¿Quién intentó reconstruirlo con las calaminas?
El me respondió muy molesto y orgulloso a vez.
- Yo he construido, he comprado alambres y calaminas con mi propia plata. Los reos entraban y salían como Pedro por su casa.
Aquel hombre se había convertido en un benefactor del Estado, porque es responsabilidad del estado atender estos centros públicos, ante semejante abandono. Y eso no era todo, continúo contándome.
- Con mi sueldo he pagado durante 14 años el consumo de luz (energía eléctrica) 25 bolivianos pormes, esa plata nunca me lo han devuelto. Dijo con voz fuerte.
Los ojos se le humedecieron y brillaron ante la impotencia de no tener eco sus reclamos en los oídos del Ministerio de Gobierno. Además de ser el alcaide era también el guardia de los reos, él tiene desayunar, almorzar y dormir con los internos.
- Los domingos yo les escolto al mercado a comprar víveres y volvemos.
Con esas palabras entrecortadas me seguía contando esa realidad deprimente, angustiante, alarmante y vergonzosa.
Para este hombre fueron 13 años de vivir en la cárcel, al igual que un interno; 13 años de ser victima de actitudes burlonas de reos y transeúntes; más de una década que tiene que encadenar a los reos a los fierros de los catres, para que pueda viajar a Cochabamba a recoger su sueldo.
Al escuchar las palabras entonadas de enojo, del fondo del galpón emergió la figura delgada de un hombre, con las mangas de la camisa remangadas y monos mojadas, con mirada cortante y celosa se aproximó sigilosamente por el pequeño patio. Al percatarse de aquello el alcaide me dijo:
- Él es Basilio, está condenado a 30 de cárcel por homicidio, ya cumplió 21. El tranquilo puede recuperar su libertad por buena conducta, no puede porque en Aiquile no hay juez de partido, el que había se jubiló hace mucho tiempo.
Al percatarme que era una persona tranquila que había estado en la cárcel, casi por conciencia, debido a que si querría huir ya lo habría hecho antes, intente entrar en conversación con él. Le pregunte.
- ¿Aquí te sientes que estas en la cárcel o en tu casa?
Al escucharme, balbuceo algunas palabras en quechua que no entendí nada y se marcho lentamente a uno de los galpones para seguir lavando ropa.
Hace un par de meses estuvo por estos rumbos la Directora de Régimen Penitenciario Sissy Gutiérrez, quien comprometió una más de las tantas promesas para construir un ambiente penitenciario adecuado para aquella región.
Al intentar abandonar aquel lugar, se me aproximaron espontáneamente vecinos de la cuadra. El caso de Lamber Vega Terán, un octogenario que vive a unos pasos de la cárcel y con voz enérgica y temblorosa me dijo:
- Tengo miedo porque aquí no hay seguridad, cualquier reo puede escaparse a través del alambrado, ¿dónde esta la policía? Preguntó.
Esas palabras me invitaron a visitar a la policía local para transmitirles la preocupación vecinal. Caminé por las calles solitarias, bajo el sol que acariciaba la piel de mi rostro. En un pequeño ambiente trabajaban cinco efectivos, cada uno en su escritorio. Luego fui atendido por el Sargento Carmelo Vilcata, clase encargado segundo grupo.
Aquel uniformado de pocas palabras me dijo que no tienen orden de sus superiores para prestar seguridad a la cárcel de San Sebastian; asimismo que solo contaban con aproximadamente 14 uniformados distribuidos en dos turnos para atender a un municipio con una población que alcanza los 26.281 habitantes de acuerdo al último censo.
1 comentario:
Excelente post, Santos... tienes mucha habilidad de contar historias. Que sigas escribiendo. Saludos, Eduardo
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